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El embarrado geoparque de Cuevas del Campo


Acababa de llover esa noche pero nadie podía esperar que un sendero oficial como el SL-A-314 se hubiese convertido en un lodazal de kilómetros de longitud. Las suelas de nuestras botas se transformaron en plataformas drag queen llenas de glamour arcilloso. De esta forma, con un kilo de más en cada pierna, nos pateamos los 7 km. de sendero y pista hasta la Rambla de Doblas.
En el primer tramo del recorrido, la vista del Jabalcón coronado de nubes había centrado nuestra mirada. Después, el pantano del Negratín con sus menguadas aguas anubarradas, perfectamente bello, posaba para nosotros mientras desayunábamos.

El descenso al ancho cauce del río Guadalentín, hoy convertido en desierto con un hilo serpeante de agua entre collejones y cañas, nos hizo pensar en las grandes avenidas que -en tiempos mejores- anegaron este valle en su camino hacia el Negratín.
Las señales de peligro nos anunciaban -finalmente- el inicio de la escondida Rambla de Doblas. En su interior, los farallones más espectaculares -que me perdonen los de Gorafe- del geoparque granadino: catedrales perecederas desmoronandose mientras recortan minaretes, chimeneas y cuevas entre cañones y cárcavas, a fuerza de agua y texturas

Echando un último vistazo desde lo alto de las escaleras talladas en la arcilla que remontan la barranquera de Los Pontones -gracias, Alejo-, volvemos al autobús con la certeza de habernos pateado un lugar inesperado y desconocido y con la agradable sensación de que nos espera una birra en Los Chaparros.

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(Fotos de los integrantes del grupo)




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